
El peor de mis males y el mejor apetito de la felicidad. El engaño al miedo, donde el bien permanece voluntario de tanto mal y el mal siempre duerme en el pecho tanto bien.
Eres mi instante de un milagro mal pagado, de un dolor anónimamente dolido y de personajes desastrosos, eternos, para algún minuto creado. Extraño por conocer y muerto conocido, lector de cuántos remordimientos delineados hasta la mitad de su perfección.
Eres la duda de algún sueño que creó saciedades, las usó y devolvió a la vida. Mi espejo, que empapa las miserias de la soledad humana, como tú, el único amigo que se sienta a mi lado, que me desata las manos y me cierra los ojos,
Porque es demasiado el calor de la propia alma, porque es demasiado el corazón incontrolable que destroza todas nuestras virtudes por encontrarse, porque es demasiado nuestra falsa amistad, que llora por tantas heridas mediocres que sobrepasan la demencia (que se acuesta todos los días sin tratar de cambiar).
Eres la angustia de los domingos, el juramento de las madrugadas y la mala suerte del miedo, que se humedece de cenizas por tantos rostros suplicantes de leyendas.
Perfilas pesadillas por adornar, porque naces cuando todos los perdones no son suficientes y lo esperado fue lo menos recomendable; cuando lo imaginable se alejó de cualquier creencia común, pues te acomplejas por el infinito labio inferior resbalándose en la mordida del algún deseo por tanta separación.
Libre de toda sensación y preso de mi posesión. Querida ansiedad, eres mi necesidad.

















